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lunes, 31 de marzo de 2008

Comentario crítico de la carta del jefe indio Seattle al presidente de los EE.UU. (Delia Naranjo, 2ºBachD)


Desde un punto de vista antropológico, esta carta emitida por el jefe indio al presidente de los EE.UU. da bastante juego. Muestra ese comportamiento agresivo y genocida que avasalla culturas, a personas y hasta la propia naturaleza con el fin de conseguir aquello a lo que su ambición les lleve. Esto me recuerda a la filosofía maquiavélica “el fin justifica los medios” con la que obviamente no puedo estar de acuerdo, pues no puede existir un fin imperialista que extermine la identidad o la vida de otros como medio para adquirir más poder.
No soy antropóloga y afirmo que a día de hoy este comportamiento humano me sorprende. Tal vez el homo-sapiens hizo que desapareciese el Homo de Neandertal por su agresividad, tal vez ese exterminio de indígenas que protagonizó el hombre blanco con el descubrimiento de América se debió a su agresividad, tal vez las políticas imperialistas posteriores, las guerras, el holocausto nazi…tenía tras de sí esa agresividad que define al ser humano, una agresividad que me cuestiono si es innata; creo que sí, pero no lo entiendo, ¿por qué ese afán de poder? a lo mejor soy una salvaje como el gran jefe indio y no lo comprendo.
Pienso que la agresividad tampoco lo es todo, creo que ese afán de poder, de sentirnos superiores ante otros también es el miedo a reconocer que somos débiles. Y con esta fobia creamos lo que nos hace sumisos olvidando que realmente estamos subordinados a la naturaleza. Como el jefe dice “hay una unión en todo” y si acabamos con esta unión, acabamos con nosotros mismos, pues sin el aire, sin el agua, sin los animales, sin el equilibrio natural, no podemos vivir. Podemos clonar células madre e inventar el más complicado mecanismo informático, incluso podemos reproducirnos… pero dependemos de un equilibrio natural que destruimos. No somos autosuficientes, dependemos unos de otros, pero todos de lo mismo, de la naturaleza. Ella nos aporta el oxígeno, el alimento, el nicho ecológico; la vida. Aunque también nos hace autosuficientes, nos subordina y esa debilidad que tenemos nos incita a destrozarla. Quizás así seamos más fuertes, pero este argumento se cae por su propio peso, igual que el imperio occidental que nosotros mismos hemos creado al que somos incapaces de abastecer.

Para mí, esta carta hace hincapié en una verdad que eludimos: el hombre no posee la tierra, la tierra posee al hombre.
Después de esta breve introducción procederé a analizar ciertos párrafos del texto que me han llamado la atención haciéndome reflexionar:
“Mi pueblo pregunta: ¿qué quiere comprar el hombre blanco?, ¿se puede comprar el aire o el calor de la tierra o la agilidad del venado?, ¿podéis acaso hacer con la tierra lo que os plazca, simplemente porque un piel roja firme un pedazo de papel y se lo entregue a un hombre blanco?”
Este fragmento muestra un claro paralelismo con la idea actual de propiedad privada. Ahora todo tiene un dueño y un precio, un valor material. El mundo está dividido en países, los países en estados o comunidades autónomas, las comunidades en provincias, las provincias a su vez en municipios y la tierra se convierte en una división parcelaria con dueño y precio. Igual pasa con los ríos, las lagunas, a otras aguas las llaman internacionales y así creamos las fronteras: esto tuyo, esto mío, aquello para él… y queda el campo vallado, las aguas reducidas a estanques, los peces en piscifactorías, los animales en zoológicos y Edmundo cautivado en una reserva humana que tiene dueño y precio en manos de personas que después se atreven a hablar de libertad.
Yo me pregunto lo mismo que el pueblo del jefe indio: ¿qué queremos comprar?, ¿la vida? Pues que me perdonen los señores capitalistas de hoy en día, los imperialistas contemporáneos, que me perdonen aquellos que se hacen una casa en el campo y dicen que lo aman, que me perdonen incluso los antropólogos por no analizar esto objetivamente desde un punto de vista que no sea el de la cultura en la que he nacido, pero la vida no se puede comprar, el campo no tiene precio, igual que no lo tiene el aire ni el mar. Aunque ya lo dije, tal vez sea una salvaje y no comprendo. Como dice el piel roja, la firma en un papel no autoriza a hacer lo que nos plazca, simplemente, es un papel pintado.
Puestos a citar frases tengo que comentar la siguiente: “Continuad ensuciando vuestro lecho y una noche moriréis asfixiados por vuestros propios excrementos” o “Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos”.
Es una metáfora en la que la palabra “lecho” se refiere al entorno, al lugar donde vivimos, a la naturaleza, y con “excrementos” hace referencia a la contaminación, a los desechos, a la destrucción que dejamos a nuestro paso. Después de leer la frase anterior no puedo dejar de comparar la devastación que en un pasado hicimos con los indios y sus tierras con la que actualmente estamos haciendo en la selva amazónica. Lo aclaro: para plantar la palma africana (produce biocombustible) estamos talando miles de hectáreas de la Amazonia (único pulmón del mundo) y junto a la deforestación estamos exterminando literalmente la población negra e indígena que allí habita. Los que no son aniquilados están explotados, pues trabajan cultivando la palma africana sin recibir un salario, sino tickets para comprar en los supermercados, supermercados que están en manos de las mismas multinacionales que los explotan. En esta mafia está el Banco Mundial, empresas como Endesa, Natura, Repsol, el cártel colombiano de cocaína… todos con el fin de sacar tajada de una energía que nos venden como limpia y alternativa: el biocombustible.
Otra frase digna de comentar es:
“Una cosa sí sabemos, que quizás el hombre blanco descubra algún día que nuestro Dios y el vuestro son el mismo Dios”.
Es una idea totalmente avanzada, pues incluso en el s.XIX e incluso en nuestros días, aún se piensa que cada religión tiene un dios cuando, realmente, la creencia en la existencia de dios, de cualquier dios, no es demostrable. Por eso, el antropólogo sumerge el tema de la religión dentro de la superestructura justificado por la infraestructura y la estructura.
Habría que mencionar también las siguientes líneas: “Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?”
El indio no puede concebir el negocio de vender las tierras, entre otras cosas porque el sistema de producción del hombre blanco y del indio es muy distinto. El indio trabaja y produce en una armonía común donde la naturaleza es su único aporte. Los búfalos, las plantas, son sagradas porque son su sustento de vida, mientras que el hombre blanco ya ha pasado la revolución industrial y la tierra y la naturaleza en sí no son sus herramientas de trabajo, por lo tanto, tampoco son sagradas. La naturaleza tiene un valor comercial porque ellos no la “necesitan” para llegar al poder, el poder “ya lo tienen”, ahora, la explotan.
Aunque hayan pasado más de 150 años desde que el jefe indio escribió la carta al presidente Franklin Pierce, sigue teniendo vigencia, pues a veces pienso que no la hemos entendido, porque seguimos cometiendo las mismas atrocidades que antes, aunque esta vez, con la consolidación del Estado, el sistema capitalista y la contaminación informativa, todo está casi más camuflado que antes. Ahora reina la comodidad, la ignorancia, la libertad sin criterio, la imposición de unas leyes y, no nos olvidemos, reina la desigualdad. Esa polarización del pobre y del rico, del país desarrollado y el subdesarrollado también existe y, a modo de conclusión, los tiempos no han cambiado. África es cada vez más pobre, la selva amazónica sigue talándose, el imperialismo sigue latente, los pueblos indígenas explotados y la riqueza en manos de unos pocos. Pero a mí el poder me da igual y lo que verdaderamente me preocupa es la contaminación ambiental, la destrucción de nuestro sustento de vida, es decir, la destrucción de la naturaleza.
Aunque claro, ni el jefe indio ni yo comprendemos nada, somos salvajes.

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